viernes, noviembre 23, 2007

Banalidad

Hoy he recordado un libro que en su momento me impresionó profundamente: Eichmann en Jerusalén de Hanna Arendt. En ese libro Arendt expone la tesis de la banalidad del mal. Los interrogatorios a Eichmann durante su juicio en Jerusalén reflejan a un tipo gris, de escasas luces que se limitaba a cumplir órdenes y que ni siquiera se consideraba culpable de haber sido el organizador del exterminio de millones de judíos. Eichmann habría actuado impelido por las circunstancias; no era un ser maligno, simplemente un ser sin voluntad, un burócrata en el que no anidaba el odio ni tenía ningún plan diabólico, simplemente era ejecutor, en circunstancias excepcionales, de los designios de otros. Precisamente esta banalidad constituía su peor crimen, había renunciado a su lado humano para convertirse en un autómata asesino. Para mantener su humanidad, Eichmann simplemente podía haber dicho: No, no causaré daño.

El recuerdo de este libro ha surgido de la lectura en los periódicos la noticia de dos menores de un instituto de Sevilla que habían abusado sexualmente de una compañera y, tras grabar el abuso con el teléfono móvil, habían distribuido el video entre sus compañeros de instituto (el país edición del 23/11/07). Al leer la noticia inevitablemente he pensado en la banalidad del mal. ¿Cuáles fueron los motivos de estos muchachos? Probablemente ningún otro que considerar que tenían derecho a hacer lo que hacían porque era divertido, o porque les proporcionaba una gratificante sensación de dominación o, peor, porque les hacía populares. Banalidad o narcisismo. Sin embargo, ante la proliferación –real o aparente – de este tipo de hechos, cabe preguntarse por qué en estos casos no actúa el principio que hace humano al ser humano: No, no causaré daño.

Con excepciones, pero la mayoría de estos casos no suceden en el lumpen ni en la marginación extrema. Son cometidos por jóvenes que pertenecen a la clase media o alta. No son expresiones de rabia nacidas de la incultura, la pobreza y el arrinconamiento. Responden a algo mucho más profundo, a la banalización del dolor ajeno y a la exaltación del hedonismo y la popularidad como valores superiores de la sociedad actual. Hemos perdido algo en el camino. El desarrollo tecnológico ha elevado nuestro nivel material de vida pero no nuestra calidad humana. Del tanto tienes, tanto vales hemos evolucionado al consigue lo quieras y no importa como lo hagas. Lamentable.

Si podemos datar el nacimiento de la sociedad moderna en la Revolución Francesa, vemos que más de doscientos años después, el espíritu encarnado por el lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad” aún esta lejano. En este mundo post-industrial y globalizado, la libertad aún es un bien escaso para la mayoría de la humanidad; la igualdad una utopía y la fraternidad, una quimera. Cuando reflexiono sobre esto (y, obviamente, soy consciente de que mis reflexiones no van a aportar ninguna solución al problema), no me queda otro remedio que decir (activamente, aunque sea en voz baja): No, no participaré en este juego; no callaré ante las injusticias, no apartaré a otro para ponerme yo; no causaré daño si puedo evitarlo. NO SERÉ BANAL.

Espero no flaquear.

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