martes, septiembre 25, 2007

Las ventajas de vivir solo

Siete de la mañana. Te levantas para ir al trabajo. Como es habitual, la casa está en silencio y no se oye ni volar a una mosca. No hay nadie que te diga buenos días o que te gruña porque has hecho ruido y la has despertado. ¡Qué sensación tan agradable la de esta paz! Vas al baño y haces tus abluciones matutinas. No hay nada comparable a poder dejar la toalla mojada en cualquier parte sabiendo que a la vuelta del trabajo seguirá ahí, tan mojada y arrugada como cuando la dejaste. Desayunas solo, de pie en la cocina (y hasta puede que con la luz apagada porque te ha dado pereza encenderla nada más que para ti) sin que nadie te dé la lata con una molesta charla que no aguantarías. Con el ánimo del soltero libre de compromisos sales a la calle rebosante de energía y te encaminas a tu trabajo.

Después de ocho (o las que sean) horas disfrutando de tus actividades laborales ya no ves el momento de volver a ese remanso de paz que es tu casa. Llegas y ya es tarde. Decides ir a comprar algo para cenar. En el supermercado cargas cosas diversas como pueden ser: un limpiacristales (que no usarás en años), unos yogures con sabor (combinado) a maracuyá, higos y zanahoria (que tirarás a la basura porque están realmente asquerosos), tres botes de gel de baño (estaban en oferta y aunque luego son más dañinos para tu piel que lavarte con lejía y ácido sulfúrico, los guardas hasta que toman una consistencia pétrea), una bolsa de tres quilos de naranjas para hacer jugo para el desayuno (lo haces el primer día, al segundo te olvidas y al cabo de dos meses las naranjas ya andan solas por la nevera y organizan fiestas con una lechuga africana – por lo negra que está – y unos pimientos mutantes), un litro de leche (esta sí la vas a gastar porque va a ser lo único que vas a tomar cada día hasta la hora de la comida), unas bolsas de basura cierrefácil-ecológicas (no recuerdas que debes tener unas doscientas en casa a pesar que toda tu basura semanal cabe en un bolsillo de la chaqueta), y un queso de bola de tres quilos doscientos gramos (aunque sabes que al menos tres quilos cien gramos acabarán convertidos en una masa verde y peluda que pulula por tu nevera).

Pertrechado con la compra llegas a tu casa dispuesto a prepararte una opípara cena. Abres la puerta. Silencio absoluto. No abres ni la luz del recibidor (conoces la casa como la palma de la mano y puedes esquivar todos los obstáculos a tientas). Dejas las bolsas al lado de la nevera y te vas a quitar la ropa de calle. Enciendes a) la televisión (el día ha sido muy chungo y necesitas un lavado de cerebro rápido) o, b) la radio (hoy tienes el día intelectual y quieres oír las noticias) o, c) pones música (depresión profunda o exaltación suprema, dependiendo del estado de ánimo en tu ciclo vital). Ya bien acompañado por la música-el rumor-el ruido vas a vaciar las bolsas de la compra. Primera sorpresa, te das cuenta que no has comprado nada con lo que hacer una cena decente. Segunda sorpresa, no hay nada comestible en la nevera. Tiras una bola de queso verde y peludo (la reemplazas con el queso que acabas de comprar) y una bolsa de naranjas parlanchinas (tomas la misma decisión que antes). Guardas los yogures.

Tras una revisión exhaustiva de tus vituallas, las posibilidades que tienes para la cena son (por orden de comestibilidad):

a) Naranjas (las nuevas, las otras pueden ser letales), queso y un yogur. Exceso de lácteos. Sólo naranjas y el yogur o el queso, no te convence.

b) Descubres una lata de sardinas (caducaban en 2006 pero, ya se sabe, las fechas de caducidad son aproximadas y tampoco es tan fácil agarrar el botulismo y morirse) que puedes combinar con el queso, las naranjas o los yogures. La idea de un revuelto de sardinas con el yogur de maracuyá, higos y zanahoria te atrae pero no te atreves.

c) Dos quilos de pasta para sopa. Es una opción pero, ¡mierda!, te has olvidado de comprar sal. La pasta a palo seco, hervida y sin sal, no te convence. Quizá utilizando el yogur como salsa…

d) Un trozo de pan fósil. Descartado. Si lo aguantas un par de meses más sin que se enmohezca igual lo puedes vender a un museo como un hueso de dinosaurio y sacas un dinero.

Como has tenido un mal día y no se lo vas a poder contar a nadie (las plantas y el canario te escucharían con atención pero no se prestan al diálogo), dudas entre emborracharte con el limpiacristales (no huele mal) o comerte el yogur de maracuyá, higos y zanahoria y unas naranjas (exceso de azúcares). Mejor el yogur; la última vez que te emborrachaste con el limpiacristales amén de una diarrea digna de un tratado de de gastroenterología y una resaca de vikingo después de un saqueo, te querían contratar en un auto-lavado para que le echaras el aliento a los parabrisas de los coches. La primera cucharada del yogur es como cuando tu mamá te daba aquella medicina que tanto odiabas. Te maravillas de la capacidad de la faringe y el esófago para contraerse y expulsar en armoniosa colaboración este lácteo de gusto indefinible (bueno, podría definirse con palabras pero no quieres ofender a quien lea esto). Estás de suerte, te quedan tres quilos de naranjas que, aunque son para hacer jugo, bien se podrán comer. Coges una naranja y la partes en dos. Descubres porqué las venden en sacos de tres quilos. Es la cantidad mínima que se necesita para hacer un vaso de jugo. Están tan secas que podrían utilizarse como papel de cocina absorbente. Al final te tomas un vaso de leche y te consuelas pensando en lo bien que guardas la línea.

Una vez satisfechas tus necesidades más vitales, planeas tu solaz hasta la hora de dormir. Pones la televisión. Gracias a Dios, tienes televisión por cable, cuatrocientos canales para ti solito (eso sí, doscientos son de pago por visión). Canal 1, una serie sobre forenses; canal 2, una serie sobre ayudantes de forense; canal 3, una serie sobre los que limpian la escena del crimen; canal 4, serie sobre los médicos que atienden a los supervivientes de los crímenes de las series de los canales uno, dos y tres; canal 5, una de médicos que tratan casos dignos de marcianos, el resto hasta el canal 13 programas de chismes y cotilleos…bueno, alguna película echarán. Canal 14, Rambo I; canal 15, Rambo II; canal 16, Rambo III, canales 17-20 el “making off” de la serie Rambo. Vamos a ver el canal de cine de autor. Una película franco-vietnamita de tres horas de duración. Durante los primeros quince minutos que ves salen paisajes difuminados y gente que habla en voz baja (¿estarán afónicos?) reflexionando sobre las grandes preguntas existenciales (¿quiénes somos? ¿a dónde vamos? ¿de dónde venimos?). Pasar, lo que se dice pasar, no pasa nada en esta película. No aguantarás las tres horas. En el canal de cine clásico, una bonita película muda, rusa, de 1921, “La Revolución cayó en jueves”. Obra maestra de Pesadowski pero a las 10 de noche no estás para estos rollos. Pones el canal Superdeporte y te tragas durante diez minutos el Campeonato Nacional de Mongolia de billar a siete bandas. Apasionante. Te preguntas como esos tipos pueden jugar al billar vestidos como esquimales y usando como taco una rama de abeto. Después del segundo participante piensas que podrías poner un DVD pero, como no tienes ninguno nuevo, ver por vigésima vez La lista de Schindler, como que no. Te entra el sueño.

Ah! Por fin a la cama. Con este silencio y esta tranquilidad da gusto irse a dormir. Compraste una cama de dos por dos metros para estar cómodo. Como siempre, lees un poco antes de irte a dormir. Hoy, algo ligero: La crítica de la Razón Pura de Kant en versión cómic. Te das cuenta que llevas veinte días en la misma página (la primera). Cierras el libro y apagas la luz. Toda la cama para ti, si quieres puedes dormir atravesado. Bueno, como hace frío, te acurrucas en un ladito, dejas casi toda la cama libre, te tapas bien y te abrazas a la almohada como si fuera tu novia. ¡Qué bien se está solo!

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