Nadie volvió a hablar durante largo rato. Fuera soplaba el ardiente viento y sollozaban los árboles resecos. El tren diarios, al que la luz deslumbrante arrancaba reflejos sobre el latón y el acero bruñido, apareció jadeando y despidiendo chorros de vapor.
- Más vale que subamos a él – dijo Spurstow
- Volvamos al trabajo. He escrito el certificado. Aquí ya no podemos hacer nada, y trabajar nos ayudará a conservar el juicio. Vamos.
Nadie se movió. Un viaje en tren en junio y a mediodía no es una perspectiva agradable. Spurstow cogió el sombrero y la fusta y, volviéndose en el umbral, dijo:
- Puede que haya un Cielo; debe haber un Infierno. Mientras tanto, nuestra vida está aquí. ¿Qué podemos hacer?
Ni Mottram ni Lowndes tenían respuesta para aquella pregunta.
- Más vale que subamos a él – dijo Spurstow
- Volvamos al trabajo. He escrito el certificado. Aquí ya no podemos hacer nada, y trabajar nos ayudará a conservar el juicio. Vamos.
Nadie se movió. Un viaje en tren en junio y a mediodía no es una perspectiva agradable. Spurstow cogió el sombrero y la fusta y, volviéndose en el umbral, dijo:
- Puede que haya un Cielo; debe haber un Infierno. Mientras tanto, nuestra vida está aquí. ¿Qué podemos hacer?
Ni Mottram ni Lowndes tenían respuesta para aquella pregunta.
Rudyard Kipling – El hombre que quiso ser rey (fragmento)
The Rolling Stones - Gimme Shelter
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