Aunque no pueda considerarse un libro propiamente, el catálogo Fortsas merece un espacio propio cuando se habla de libros inexistentes. La historia del catálogo es realmente interesante: A mediados de 1840, los principales bibliotecarios y coleccionistas de libros de Europa recibieron noticia de una sorprendente subasta de libros que tendría lugar 10 de agosto de ese año en el despacho del notario Mourlon de Binche (Bélgica), calle de la Iglesia nº9. Según detallaba un catálogo que se hizo circular, el objeto de la subasta era la biblioteca del recientemente fallecido conde de Fortsas, Juan Nepomuceno Augusto Pichauld. La singularidad de la biblioteca del conde estribaba en que todos y cada uno de sus libros eran ejemplares únicos de los que no se conocía ninguna otra copia. Los cincuenta y dos títulos del catálogo contenían obras diversas, muchas de ellas escritas pero desaparecidas posteriormente o de las que sólo existían fragmentos incompletos.
Desde toda Europa empezaron a recibirse ofertas por los libros del catálogo y a primeras horas del día 10 de agosto los principales bibliófilos de Europa o sus representantes buscaban el despacho del notario Mourlon de Binche sin encontrarlo. La confusión en la pequeña ciudad era enorme hasta que alguien apareció con una nota que indicaba que la subasta se había suspendido debido a que la Biblioteca Pública de Binche había decidido comprar todos los ejemplares para evitar que salieran de Bélgica. Todo estuvo finalmente claro: Binche no tenía una biblioteca. Pública ni, por suspuesto, tampoco tenía una calle de la Iglesia, ni un notario Mourlon ni había ninguna subasta de libros. Todo había sido una broma de Renier Hubert Ghislain Chalon, un bibliófilo ya jubilado que quiso reirse de sus compañeros de afición.
Desde toda Europa empezaron a recibirse ofertas por los libros del catálogo y a primeras horas del día 10 de agosto los principales bibliófilos de Europa o sus representantes buscaban el despacho del notario Mourlon de Binche sin encontrarlo. La confusión en la pequeña ciudad era enorme hasta que alguien apareció con una nota que indicaba que la subasta se había suspendido debido a que la Biblioteca Pública de Binche había decidido comprar todos los ejemplares para evitar que salieran de Bélgica. Todo estuvo finalmente claro: Binche no tenía una biblioteca. Pública ni, por suspuesto, tampoco tenía una calle de la Iglesia, ni un notario Mourlon ni había ninguna subasta de libros. Todo había sido una broma de Renier Hubert Ghislain Chalon, un bibliófilo ya jubilado que quiso reirse de sus compañeros de afición.
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