domingo, marzo 23, 2008

Domingo por la mañana

La luz del sol que se colaba por las rendijas le había despertado. Su cabeza aun estaba metida en esa bruma que envuelve los despertares de los días de resaca. Se desperezó lentamente, sin prisa. Las mañanas de domingo nunca hay prisa; las calles están desiertas hasta el mediodía y hay pocas cosas qué hacer. Lo qué daría en este momento por tener un café con leche humeante esperándole y alguien con quien hablar. Bostezó y se rascó la cabeza. Necesitaba una ducha para quitarse ese olor acre, mezcla de alcohol, humo y sudor. Se incorporó con pereza. Otro día más. Recogió sus cartones y echó a andar sin rumbo, invisible para los demás.




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