Nicolás siempre había tenido alma de vagabundo. Cuando estaba ocioso una de sus ocupaciones preferidas era dar largos paseos por la ciudad observando esos pequeños detalles que suelen pasar desapercibidos entre las prisas de los días de diario. Sobre todo, le gustaban las cosas efímeras, aquellas que sólo existen un instante para luego desvanecerse en el tiempo. Al recordarlas, sentía que cada uno de esos momentos había dejado su huella y había sobrevivido así al paso de los días. A veces, durante esos paseos, Nicolás se ponía trascendente y pensaba en su vida. En esos instantes se preguntaba si él formaría parte de algún momento que alguien recordase al pasar el tiempo. Entonces a Nicolás se le erizaba el pelo, apretaba el paso y, taciturno, volvía a casa luciendo sus elegantes andares de gato callejero.
lunes, septiembre 01, 2008
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