lunes, septiembre 18, 2006

Amor

-Si hemos de hacer pendejadas, hagámoslas -dijo-, pero que sea como la gente
grande.
Lo llevó al dormitorio y empezó a desvestirse sin falsos pudores con las luces
encendidas. Florentino Ariza se tendió bocarriba en la cama, tratando de recobrar el
dominio, otra vez sin saber qué hacer con la piel del tigre que había matado. Ella le dijo:

“No mires”. Él preguntó por qué sin apartar la vista del cielo raso.

-Porque no te va a gustar -dijo ella.

Entonces él la miró, y la vio desnuda hasta la cintura, tal como la había
imaginado. Tenía los hombros arrugados, los senos caídos y el costillar forrado de un
pellejo pálido y frío como el de una rana. Ella se tapó el pecho con la blusa que acababa de quitarse, y apagó la luz. Entonces él se incorporó y empezó a desvestirse en la oscuridad, tirando sobre ella cada pieza que se quitaba, y ella se las devolvía muerta de risa.

Gabriel García Márquez - El amor en los tiempos del cólera

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