Después de más de media hora de discusiones, el dependiente estaba a punto de perder los estribos.
Mire – dijo el dependiente intentando contener su ira; como ya le he dicho, si no me trae la factura de compra yo no puedo hacerle la devolución.
Pero si somos clientes desde hace siglos – replicó el anciano con voz lastimera.
Si yo le creo – contestó el dependiente en tono condescendiente; pero, ¿cómo justifico yo la devolución sin la factura? – añadió el dependiente.
Si no hay factura, el cambio lo pago yo. ¿Quiere usted que pague yo el cambio? – dijo el dependiente visiblemente enfadado.
No, no, claro – respondió el anciano y añadió: yo sólo quiero que usted se haga cargo de la situación; son tantas cosas las que hemos comprado que al final se acaban traspapelando las facturas. ¿De verdad que no podría hacer una excepción?
Si yo le comprendo y si por mi fuera ya le hubiese hecho el cambio, pero, póngase en mi lugar – respondió el dependiente.
Bueno, pues ya veo que no hay nada que hacer – dijo el anciano resignado.
De verdad que lo siento; si la encuentra yo le hago el cambio – dijo el dependiente en tono compungido.
El anciano sacó su teléfono móvil y buscó un número en la agenda.
- ¿Melchor? Soy Gaspar. Que la próxima vez vas a ir tú a hacer los cambios y yo me espero en el camello.
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