La leyenda de la Reina de Saba está fuertemente arraigada tanto en la tradición judeo-cristiana como en la islámica. Según la Biblia (Reyes (1) 1,13), la reina de Saba conocedora de la gran Sabiduría del rey Salomón, viajó hasta Jerusalén adonde llegó con regalos suntuosos y joyas que equivalían a más de 4.000 Kg de oro. La tradición cuenta que la reina tuvo un hijo de Salomón, Menelik I, que fue el fundador de la dinastía etíope que continuó hasta Haile Selassie. Por este motivo, el Negus o emperador etíope recibía el nombre de Rey de Reyes o el León de Judá. Aunque el nombre de la reina no figura ni en la Biblia ni en el Corán, tradicionalmente ha recibido los nombres de Makeda, Bilquis o Nikaule.
La historia, aunque lógicamente adornada en cada una de las tradiciones (judía o cristiana, islámica o etíope) parece tener un fondo de realidad. El reino de Saba no ha podido nunca localizarse con precisión pero a menudo suele fijarse en el Sur de Etiopía o en el Yemen o incluso en el Norte de Arabia. Es posible que las tres versiones fuesen ciertas ya que el antiguo reino etíope de Aksum alcanzaba todas estas localizaciones. De todas maneras no hay ninguna evidencia arqueológica que cite a esta famosa reina.
En el imaginario popular, el Reino de Saba fue durante siglos el lugar donde se localizaban riquezas fabulosas. Además, la imagen de la reina de Saba ha perdurado como la de una mujer de poder así como de la sensualidad exótica. Durante la Edad Media, también se identificó el Reino del Preste Juan con Saba, ya que la mayoría de la población de etiopía es cristiana copta. Por otra parte, una tradición (más que probablemente falsa) dice que la comunidad judía de Etiopía es descendiente de los judíos que vinieron de Israel cuando Menelik volvió de un viaje a Jerusalén (en el que, por cierto, se dice que trajo el Arca del Alianza a Etiopía).
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